
Ahora llueve arena. Está lloviendo arena. Llueve arena.
Dicen que viene del Sahara. Polvo en suspensión arrastrado por el viento a lo largo de cientos de kilómetros. Del Sahara a la azotea de mi casa. Te cagas.
Arena que viaja a su aire. Arena que muere aplastada por la lluvia. Gotas secas de agua y polvo sobre los cristales de mi piso. Gotas saharauis en pleno centro de Cordoba.
- No está sucio. Es arena del Sahara - me dice una y otra vez, orgulloso, el taxista.
Y gracias a la lluvia ahora mi taxi huele a desierto. A paz interior. Lleva un turbante en la cabeza y saluda a cada usuario inclinando la cabeza:
- Salam aleikum - les dice.
- Aleikum salam - le contestan.
Estoy en un atasco en plena Avd. Barcelona. Llevo parado sin poder moverme más de diez minutos. Los cláxones comienzan a comer pájaros. Los coches comienzan a comer coches. Yo aprovecho y observo la silueta de cada gota de arena sobre el cristal del taxi.
Me viene a la mente aquella cita de Benedetti:
"En ciertos oasis el desierto es sólo un espejismo"
Un taxista.
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